Nace en 1702, en la localidad suiza de Ginebra. Pintor que forma parte de la corriente del rococó. Igualmente, es reconocido por su obra escrita. Muy conocido en su propia patria, aunque también muy activo en naciones como Francia, Austria, Italia, Inglaterra e incluso en Turquía.

Tal vez, una de sus facetas más interesantes se despliega al cultivar el género del retrato. En este sentido, fue bastante versátil. Liotard retrató a importantes personalidades religiosas, gente de la realeza, gente común y además dejó una interesante colección de autorretratos.
La imagen que nos ha quedado de Jean-Etienne Liotard está muy influenciada por la moda turca, ya que su estancia en Turquía le deja un sesgo en el vestir. El pintor solía portar sombreros típicos de esa nación y llevar una barba salpicada de excentricidad.
Por lo antes dicho, muchos lo apodaron como “El Turco” o el “Pintor/artista turco”. Además, fue un viajero muy activo. No pintaba los paisajes de lo que veía, sino que retrataba a las personas. Ese paisaje humano fue su pasión, el mismo que le dio un interesante escaño en la historia del arte.
Viaje a Italia, Austria e Inglaterra
En buena medida, gana fama en vida por su talento para codearse con gente influyente. Por ejemplo, en su periplo por Italia logra un encargo para retratar al mismísimo pontífice Clemente XII. Igualmente, varios cardenales le pagan muy buenas sumas a cambio de sus retratos.
Después de estar en tierras italianas, este pintor pasa a Viena. Nuevamente, demuestra su gracia para ganarse el favor de gente apoderada. Logra buenos contactos, con los cuales devenga credenciales para luego ser contratado como pintor por la familia real francesa.
Es entonces cuando ejecuta uno de sus más célebres retratos, conocido como: María Adelaida de Francia vestida como una turca.Se trata de una pintura de la hija de Luis XV, aunque con la consabida manía y gusto de Liotard por la moda y usanzas de Turquía.

La pintura antes mencionada despertó algunos comentarios negativos, pero la nobleza francesa aceptó con beneplácito la representación de la princesa. Esto demuestra que Liotard podía ser un tanto osado, excéntrico, caprichoso; pero también tenía providencia con la opinión pública.
Al cabo de su permanencia en Francia, el pintor emprende de nuevo un viaje que lo traslada hasta Inglaterra. En las islas británicas nuevamente obtiene buenos contratos. Uno de ellos es el tocante al retrato de Augusta de Sajonia-Gotha, quien era la Princesa de Gales.
Regreso a Ginebra
Su estancia en territorio inglés fue muy exitosa, pero con la llegada de la inminente vejez Liotard prefiere volver a su suelo patrio. Es así como los últimos años de su existencia los pasa en Ginebra, escribiendo entonces el texto conocido como: Tratado de los principios y reglas de la pintura.
Para este pintor sucede que la representación sobre el lienzo debía ser un espejo de la naturaleza. Con esto, Liotard deja en claro su convicción del arte como algo realista. Sus pinturas demuestran una loable capacidad técnica, así como habilidad para captar el sesgo psicológico de sus personajes.
Sus años finales en Ginebra patentizan una virada en sus temas y géneros pictóricos. Este maestro y obsesivo del retrato dedica su tercera edad a pintar paisajes de su tierra natal. Asimismo, trabaja en bodegones y naturalezas muertas que elabora en la serenidad de su estudio.
Muere en 1789, ya octogenario y con una larga trayectoria a cuestas. Los actuales críticos de arte lo encasillaron en el estilo llamado rococó. Sin duda, este el estilo en el cual se desenvuelve; el mismo que se identifica con la aristocracia, con pinturas de composición compleja, pero muy refinada.
¿Qué se conoce con el nombre de rococó?
Es un estilo gestado en Francia. Su auge estalla entre los decenios de 1730 y hasta 1760. Se caracteriza por el deleite con los colores claros, muchas formas de inspiración de la naturaleza, el arte oriental, lo excéntrico, la mitología y un donaire sensual en sus representaciones.
Aparentemente, el término “rococó” nace de la combinación de “rocaille” (imitación de roca) y “baroque” (barroco). Es algo así como una “mala o menor imitación del barroco” que surge en Italia. Por tanto, la palabra rococó nace como un vocablo peyorativo.
También se dice que “rococó” surge de combinar “rocaille” con “coquille” (concha de mar). Parece ser que las primeras pinturas de este estilo tenían muchas representaciones de motivos oceánicos. En cualquier caso, era un modo artístico muy enlazado con la aristocracia de la época.
Es un estilo de mucho peso en pintura, moda, mobiliario y decorados internos, algo menos en arquitectura y escultura. Más que nada decorativo, suele aparecer en espacios dentro de los edificios. Un salón tipo rococó era sinónimo de realeza, de elevadísimo estatus social.
También se le criticó al rococó su faz mundana, ya que nunca albergaba simbolismo o representación religiosa. Esto lo hace distinto al barroco, ya que este último nace como herramienta de la contrarreforma para captar a los fieles ante el peligro de las reformas de Lutero o Calvino.
El estilo rococó en la obra de Jean Etienne Liotard
El propio estilo de vida de Liotard parece encauzada por los motivos subyacentes del rococó. Era un hombre acostumbrado a alternar con la aristocracia. Además, su vida de viajero le hizo tener un cariz exótico, recordando que no en vano lo tildaban como “El Turco” por su aspecto.
Siempre represente a gente de alta sociedad. En sus pinturas los colores son bastante claros, con una acentuada sugestión provocada por la luz. Sus personajes posan en un ambiente que parece envuelto en una tenue neblina, siempre ataviados de manera elegante.
Además, le gustaba poner prendas de origen oriental a sus retratos. Como ejemplo al respecto tenemos el ya mencionado cuadro de María Adelaida de Francia vestida como una turca. Su técnica es depurada, con gran gusto por la línea curva y cierto barroquismo.
La obra de Jean-Etienne Liotard es una noble herencia del periodo rococó. Por eso, ha ganado muy buenas consideraciones entre público y especialistas.